La
fórmula clave es sencilla y consta de tres palabras: Estado de Derecho. Tan
fácil de explicar, pero tan difícil de asimilar. Este pasado 5 de Febrero
conmemoramos el centenario de nuestra constitución. Las paradas cívicas no
faltaron en ningún municipio del país, los congresos locales de todos los
Estados efectuaron ceremonias conmemorativas, la prensa dedicó espacios
generosos al tema. Era tiempo de celebrar el orden constitucional que rige
nuestro país. Y es que no hay nación democrática que pueda jactarse de dicha
categoría sin un fundamento jurídico mayor denominado constitución.
Confeccionada en 1917, suponía ser el tercer
intento de nuestro país por echar a andar la maquinaria de la justicia social,
de la auténtica democracia, del crecimiento y el desarrollo. Los ensayos
anteriores de 1824 y 1857 no pudieron resolver los problemas de nuestra nación:
pobreza, desigualdad, corrupción, estancamiento económico, cultural y político;
es por ello que era necesario un intento más, y por ello mismo llegó 1917, la fecha venturosa que auguraba
el nacimiento de una mejor nación, impoluta, con un futuro prometedor.
Hoy,
a cien años de su promulgación, las condiciones generalizadas de nuestro país
se pueden resumir en una palabra: subdesarrollo. Los problemas que antecedieron
a cada una de las constituciones siguen presentes en la actualidad, incólumes,
sin menoscabo o mella, imponentes, inexpugnables. Y esto a pesar de que
contamos con un texto constitucional que abusa de complejo y profuso, pues
consta de 21 mil palabras, 12 mil más que la de 1857, ha sido reformada,
parchada o enmendada casi 700 veces y no ha servido para resolver los grandes
problemas de esta nación.
Es por ello que su festejo es vacuo,
insustancial, insensato y fuera de lugar. Se viralizan videos donde reporteros
humillan a legisladores que no conocen los artículos de la constitución, y esto
genera indignación, que por cierto, está mal encauzada. Indignación causa que
la mayoría de los mexicanos tampoco conozcan el contenido de la misma,
indignación causa que “nos indignamos” de legisladores cuando somos nosotros mismos
los que los ponemos en el lugar en el que están, peor indignación nos debe
abrazar al no seguir de cerca el desempeño de cada legislador, pero, sin duda,
mayor indignación nos debe invadir cuando nosotros mismos, como ciudadanos,
fomentamos la conculcación del Estado de Derecho violando constantemente cuanta
normatividad se nos pone en frente.
Desde
pasarnos un semáforo en rojo, llegar tarde al trabajo, apropiarnos de recursos
públicos, robar, mentir para poder faltar al trabajo, comprar piratería, conducir
a exceso de velocidad, sobornar al policía, pedir favores a personas con algún
cargo influyente en alguna dependencia, ocupar espacios para personas con
capacidades diferentes, mentir en encuestas para obtener alguna beca o apoyo
social, fumar en espacios públicos, discriminar a personas por su sexualidad…
es más, como sociedad tenemos un texto “ad hoc”, a nuestra idiosincrasia: el
“Corrupcionario Mexicano”, que menciona 300 frases que nos definen como
sociedad y que determinan sin duda la solidez o debilidad del Estado de Derecho
en México y consecuentemente, el cumplimiento del orden constitucional
establecido.
En este centenario, no hay nada para celebrar,
pues tenemos un texto fulgurante que solo es ornamental y que su
disfuncionalidad encuentra raíces en nosotros mismos. El mal somos nosotros,
así vengan 100 constituciones más, el resultado será siempre el mismo.
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