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CONTRA LA HOMOFOBIA / Samuel Cepeda Tovar



Toda sociedad que se preste a denominarse democrática, debe contar con ciertos requisitos que la vuelvan digna de dicha distinción, una de esas características sin duda alguna es la pluralidad, concepto que hace referencia a la existencia de diversas posturas, creencias, preferencias e ismos que vuelen disímbolo todo conglomerado social. De ahí que de la pluralidad, se debe derivar otro concepto ligado y que en concomitancia dan vida y sentido a la Democracia, me refiero a la tolerancia. Valor que simplemente significa que debemos ser capaces de aceptar las diferencias y los derechos de cada persona a decidir sobre su estilo de vida, si sumamos a esto el respeto al Estado de Derecho, es decir, aceptar la ley aunque la misma vaya en contra de nuestra forma de pensar, tenemos como resultado una sociedad democrática plena. Es por ello que en el seno de esta sociedad existen minorías con derechos y obligaciones iguales a los de las mayorías, sin embargo, su manera de pensar y de actuar no es tan convencional por lo que en muchas ocasiones sufren rechazo teniendo como resultado el mal de la discriminación. Y es que desde principios de los noventas, se inició una lucha a nivel mundial para combatir la discriminación contra las personas homosexuales, y para el caso de nuestro país, desde 2014 se conmemora la lucha contra esta discriminación. Y es que el tema de la homofobia encuentra su punto máximo de discriminación cuando se habla de dos aspectos ligados a este rubro: los matrimonios gay y la adopción de infantes por parejas homosexuales. Ciertamente el tema ha generado polémica, sobre todo de grupos ultraconservadores ligados a la religión y grupos moralistas que esgrimen sus verdades como absolutas y atacan los derechos de terceros por el simple hecho de no comulgar con sus preferencias sexuales. No obstante, estos grupos atentan contra el Estado de Derecho al intentar violentar las disposiciones de nuestra carta magna, que en su artículo primero prohíbe la discriminación por razones étnicas, de creencias y por preferencias sexuales. Y es que el simple hecho de negar el matrimonio o la adopción de infantes por parejas homosexuales es un puro y contundente acto de discriminación, con lo que nuestra Democracia pierde sentido y razón de ser transformándonos en un Estado prejuicioso que  usa la moral y la religión como argumentos para impartir justicia. Argumentos contra la llamada adopción gay pululan, no obstante, todos carecen de sentido, pues asociaciones tan prestigiadas como la APA, en Estados Unidos, recomiendan la adopción de niños por parejas del mismo sexo al no encontrar evidencias de daño psicológico en los infantes. Por si fuera poco, y en cuestión de proporción, son los sacerdotes, los padrastros y los maestros quienes encabezan la lista de quienes han cometido actos de pederastia, no así los homosexuales. Finalmente, y como lo señale en líneas anteriores, se trata simplemente de respetar los derechos de cada persona que vienen consagrados en nuestra constitución y de enfrentar ese grande enemigo llamado discriminación, ese flagelo pernicioso que es producto de prejuicios morales y religiosos carentes de sentido y objetividad que como Democracia debemos simplemente dejar atrás. Se trata de respetar la pluralidad, se trata de someternos al imperio de la ley, se trata de luchar contra mentes estrechas, anacrónicas en inveteradas que nos impiden consolidar la Democracia. 
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