Sin
duda fue el cerebro de la campaña de Enrique Peña Nieto para la presidencia de
la república, el brazo derecho y el denominado “hombre fuerte del presidente”,
el más connotado y brillante miembro del gabinete presidencial del actual
sexenio. Egresado en Derecho por la UNAM
y en Economía por el ITAM, y con una brillante tesis doctoral en el MIT
(Massachusetts Institute of Technology) del cual se graduó con honores, titulada:
“la respuesta fiscal a las crisis petroleras”. Encabezó la Secretaria de
Hacienda y Crédito Público durante cuatro años, con resultados bastante
cuestionables e inversamente proporcionales a su desempeño académico. De
pronto, el hombre fuerte fue desplazado del gabinete presidencial y sustituido
por orden del presidente, su pecado: ser el artífice intelectual de la reunión
en México del entonces candidato republicano Donald Trump y nuestro presidente
de la república. No obstante, el tiempo le daría la razón y ahora, por el mismo
presidente, ha sido nombrado representante de nuestro país ante el equipo de
transición del ahora presidente electo Donald Trump. Lo que sin duda parecía la
caída definitiva de un hombre brillante producto de un error de cálculo
político, ha resultado ser el resurgimiento de un visionario que supo
adelantarse y vislumbrar un escenario en el que más valía acercarse al enemigo.
De
las decisiones tomadas por el presidente Peña Nieto, me parece que esta es la
más acertada de su sexenio, pues sin duda, la incertidumbre sobre el destino de
nuestro país ante el discurso agresivo del republicano ahora electo presidente
requiere de un representante inteligente, visionario, con las credenciales
suficientes para poder tomar las decisiones adecuadas en los momentos precisos.
Luis Videgaray se presenta ahora como el hombre fuerte ya no del presidente,
sino de nuestro país en general, pues en sus manos estará el destino del inicio
de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y México. Relaciones
que no apuntan, al menos hasta este momento, hacia un escenario prometedor,
mucho menos cuando el presidente electo norteamericano ha mostrado su aversión
a los tratados comerciales internacionales al anunciar que apenas tome
posesión, de entre las acciones de sus primeros 100 días de gobierno, será
exterminar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus
siglas en inglés), que fue firmado en febrero de este año por 12 países que,
juntos, representan el 40% de la economía mundial y casi un tercio de todo el
flujo del comercio internacional, destacando entre ellos tres naciones latinoamericanas: Chile, México
y Perú. Derivado de esto, la amenaza al TLC o NAFTA, es una realidad que
requiere de atención delicada y profesional. Videgaray ciertamente no mostró
resultados favorables como Secretario de Hacienda, pero si mostró visión
política en dos sentidos: como autor intelectual del regreso del PRI a los
pinos y como artífice de una reunión que preparaba a nuestro país para la
inminente elección del magnate republicano. Videgaray ha regresado, y el
momento no puede ser más que oportuno, y no porque su presencia sea
imprescindible para la existencia de ésta nación, sino porque no se ve ni el
mediano ni largo plazo, intenciones de nuestro
país para dejar de depender económicamente del vecino país del norte.
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