Paúl Garza
Rodríguez
Finalmente llegó
la sangre al río y como lo anticipábamos: los nervios de Carlsen explotaron!.
Karjakin, tan frío y calculador, logró su objetivo hasta hacer reventar a
quien, para decepción de sus miles de fans, era considerado el indestructible.
En el
ajedrez no gana tanto el conocimiento, ni la memoria, ni la genialidad; gana quien tiene
nervios de acero y tiene una fortaleza mental capaz de resistir los más
despiadados y brutales ataques como los que le lanzó el noruego a lo largo de
las siete partidas que le antecedieron.
Karjakin se
conoce también así mismo como el poder mental que posee, tan científico como la
más potente de las máquinas y tan inteligente como un extraordinario ser humano
capaz de controlar sus propias emociones, de lo que no puede presumir mucho su
rival, el vikingo Carlsen que no era tan fiero como lo pintaban.
La quinta
partida, en la cual el escandinavo cometió varias imprecisiones, por no decir
errores a secas, así como tres movimientos combativos y arriesgados en esta
octava ronda, impulsados más por la premura del tiempo que por un razonamiento
contundente, -trató incluso de hacer
caer en trampas de novato a un Sergey que a los 12 años obtuvo la norma de Gran
Maestro, un prodigio sin precedentes en la historia mundial del ajedrez-,
fueron tan suicidas que ya pagó con su primera derrota.
Si algo
faltara para echarle más limón a la herida, retomo lo que algunos analistas
coinciden y afirman: el ruso había perdonado con anterioridad malas jugadas,
pero en la tercera fue la vencida y Karjakin supo cobrar bien caro esa osadía
de un desesperado campeón mundial.
Con este
primer punto a su favor, Sergey le abrió un tremendo boquete a un intocable Magnus
que había demostrado en previos torneos internacionales su supremacía, al dejar
atrás a grandes maestros, jugando con desgano, aburrido y con sus desplantes burlones,
mientras el nativo de Ucrania era intensamente preparado con la mira de
regresar la corona a la Rusia de Putin.
La debilidad
del Rey León ya está a vista, principalmente el factor sicológico, tan caliente
como la sangre que le corroe por sus venas, que en las primeras de cambio lanza
sus golpes en un intento de noquear a su contendiente, pero difícilmente lo
logrará ante un valiente retador con su sangre tan congelada como la más baja
de las temperaturas a las que ya está acostumbrado en su hábitat natural.
En fin, sí
utilizáramos el lenguaje de un combate de box a doce rounds, podemos decir con
toda seguridad, que todavía hasta el séptimo iban parejos o empatados, pero el
octavo round se lo llevó Karjakin con un gancho al hígado que dejó al nórdico bien
aturdido que, en mi opinión personal le pesará como una losa en las siguientes
cuatro y últimas partidas.
Tiempo al
tiempo…
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