O
lo que es lo mismo, zombis urbanos
¿Por qué los jóvenes
artistas con ganas de crecer y que demuestran gran creatividad se estancan y
terminan en un trabajo rutinario y con un desempeño mediocre?
Vamos al meollo del
asunto, es decir hasta atrás, como los camioneros, a inspeccionar la unidad
desde la placa del tráiler.
El genio de los deseos.
Dicen
que todos los trastornos emocionales de la humanidad se deben al deseo
reprimido.
El
amor por la vista nace, ¡y cómo nos gusta ver! Desde chiquillos la raíz de la envidia
comienza a ramificarse cuando descubrimos que otro niño tiene un juguete más fascinante
que el nuestro. Y entonces deseamos. (Primera regla no escrita: El juguete del
otro niño siempre es más chido).
El
desear es exclusivo del ser humano. Aunque el desear en extremo y no obtener lo
que se quiere nos puede convertir en verdaderos animales, desde el mico
berrinches hasta el abnegado y conformista buey. Y es que durante los últimos
dos siglos el planeta Tierra ha rotado envuelto en papel de propaganda. La
revolución industrial trajo consigo la necesidad de vender más, y por eso se
perfecciono lo que llamamos publicidad. Empresarios y comerciantes descubrieron
la debilidad más vieja del mundo (además de las chicas sensuales en los
anuncios), descubrieron que el hombre y la mujer siempre desean. Entonces la
publicidad, apoyada sobre premisas de psicología barata, desarrolló la más
grande farsa con tintes de veracidad en la historia (además de los discursos políticos
y religiosos), con el fin de lograr que las personas deseen un producto o un
servicio.
Y
así los comerciantes inventaron un increíble discurso que en su forma más
rupestre sentencia: “Usted, sí, usted, pobre mortal, usted tiene derecho a lo
mejor. ¿Que por qué?, porque usted se lo merece, porque luego de tanto
sufrimiento la vida misma se lo debe, porque usted es mejor que los demás,
porque usted tiene qué demostrarlo. Por eso le ofrecemos este mega-producto
digno de su persona. Usted necesita nuestro producto. Usted no puede vivir sin
nuestro producto.”
Y
son tan buenos estos genios de los deseos que no hay quien no desee algo: un
coche, una casa, un traje, un pantalón, un lo que sea. Nos han enseñado a
necesitar, inclusive, cosas que no necesitamos. Lo práctico ha quedado atrás. Ahora
es lo bonito, lo sensual, lo de moda. Ya no basta con tener un coche como
herramienta de traslado, sino además debe tener carrocería deportiva, asientos
de piel, llantas súper adheribles y demás artículos para “apañar” a los demás.
Un ejemplo más a la mano, el teléfono celular; más claro todavía, el teléfono
celular en los jóvenes. Por siglos nadie traía celular, los jóvenes de los 80
no lo trajimos ¿y qué nos pasó? Pasó que había reglas y las acatábamos.
Regresábamos a casa a la hora dicha, avisamos con quién en dónde estábamos.
Ahora… Las cosas que nos venden son para
satisfacer el ego. En esta sociedad consumista vale más cómo luce una persona
por lo que lleva encima que por lo que lleva dentro de la cabeza. (Segunda ley
no escrita: como te ven te tratan).
Y
entonces los consumidores entran en una competencia que invita a la ley de selección
natural a ser juez y parte para que dictamine y escoja a los mejores y más
reproducibles especímenes. Y por lo tanto tenemos que el manipuleo comercial de
la voluntad personal entre vendedores y compradores es equiparable a un juego
de ajedrez entre un hombre dormido y otro despierto.
La
televisión es el genio de los deseos más socorrido. Sin desestimar a las
revistas, periódicos e internet. Nos muestra un abanico de cosas para desear.
Nos enseña a tener deseos atropelladamente. Muchos de estos difíciles o
imposibles de alcanzar para el grueso de las personas. Como el querer ser igual
que un cantante, actor o artista de la tele. Y ese deseo queda entre la gente
superficial; y tambiuén entre los sesudos (porque caer en esto no es cosa de IQ
sino de qué tan bien te sientes contigo mismo), se trata de querer ser un tanto
más complicados, como creadores de mucho éxito, dígase cineasta, dibujante,
escritor, científico o compositor. Y por otro lado está el segmento mega-soñador,
diríamos american drimers of ranch.
Adolescentes entre 14 y 30 años (o más, quien sabe) que quieren ser corredores
de auto callejeros (porque así lo vieron en una película) o personajes de
historieta o caricatura japonesa. Y en sus intentos por querer ser así nos
topamos con especímenes bastante desatornillados en las avenidas y en
exposiciones. Individuos que se visten y actúan como los personajes que ven en
la televisión, sus ideales utópicos. La mayoría son hijos de familia que en su
claustro no han aprendido a vivir por cuenta propia. Están absolutamente creídos
de que aquel mundo que sueñan es un universo admirable y que serán el foco de
atención de la humanidad. (Un mundo muy pequeño por cierto). Esto es un ejemplo
de cómo a través de los medios de comunicación se puede perder la noción de la
realidad. (Imaginar que se vive en un mundo en donde se es más feliz y
admirado, hasta el punto de querer traerlo al plano físico, es el resultado de
la desatención familiar y el claustro en que viven los jóvenes. Es decir están
alelados). Ver la vida a través de una pantallita, no es vida.
¿Y
quiénes son los más vulnerables? Los niños. Allí comienzan la mayoría de los
problemas de los adultos. La juventudes hitlerianas existieron porque notaron
que los más susceptibles para ser dogmatizados son los jóvenes, y de allí
surgieron las temibles suchtzstaffel o
SS, fanáticos que cuidaban del führer.
Estos
genios de los deseos nos dan a desear más de tres, pero por regla general, no
cumplen ninguno.
El
miedo y los burros.
Lo
que hayas vivido entre los 0 y los 5 años de edad determinará tu conducta por
el resto de tu vida… O por lo menos eso dicen los estudiosos del proceder humano.
¿Cuál
es la palabra que más escucha un niño pequeño? Efectivamente, la palabra “no”.
Y por supuesto es para impedirle realizar un deseo. Bueno, tomar la pecera y
estrellarla en el piso para ver cómo se sacuden los bichitos dorados también es
un deseo, y por supuesto que también será un deseo frustrado cuando lo
detengan. Esto es para explicar la influencia de los padres en el
comportamiento futuro de los chavos.
Otra.
¿Cuál es la manera cotidiana (más no normal) de detener a un niño cuando quiere
hacer algo en contra de la voluntad de sus padres? Pues detenerlo con miedo.
“Si entras allí te sale la mano pachona”, “si sigues llorando te va a llevar el
viejo del morral”, “sino le paras le voy a decir a ese señor que te pegue”, “si
te portas mal le digo al doctor que te ponga una inyección”.
Eso
tampoco es normal. Nadie nos enseña a ser padres, pero también hay padres que
quieren controlar al niño con el menor esfuerzo, sin apelar un gramo a la
inteligencia. No quiero decir que la mayoría de los padres son poco
inteligentes… aunque Forrest Gump demostró ser buen padre. Bueno, eso es
ficción. La verdad es que los padres que controlan a través del miedo sólo
repiten lo que a ellos les fue inculcado. Lo que no saben es que les han puesto
a sus niños un muro enfrente, un muro que no termina con la infancia, ni con la
adultez y puede seguir si no es derribado a tiempo, cosa que pocas veces sucede.
(Ahora, imaginen como funcionarán los individuos cuyos padres los amansan a
trancazos e insultos.)
Los
miedos frenan, los miedos detienen. ¿Por qué un joven creativo no se lanza a la
aventura y muestra lo que hace? Por miedo. Digan lo que digan, pretexto o
conjetura siempre será por miedo. Miedo
a ser descalificado, porque a parte del miedo vivimos en una cultura en la que
devaluar, humillar o apañar es visto como normal en muchos hogares. El miedo
que cargamos todos, no es nuestro, es heredado. Son los miedos de nuestros
padres y de todas las personas que influyeron en nuestra infancia.
El
miedo no anda en burro, anda en los jóvenes con potencial que terminan como
burros al ser reprobados en su propia casa.
Miedo
más devaluación es igual a parálisis. Por eso muchos chavos inteligentes
comienzan a reprobar materias en la escuela, a aislarse, a desconfiar de los
adultos, de otros jóvenes, a refugiarse en modelos esnobistas de las corrientes
subterráneas del arte o tribus urbanas, a meterse en una concha donde nadie los
pueda lastimar. Esa concha muy efectiva. Allí están muy a gusto, no se
arriesgan a nada, pero la incomunicación termina por hacer sus estragos. Se
vuelven incapaces de relacionarse efectivamente con otras personas. Sobre todo
con los mayores o con quienes representen algún nivel de autoridad. No se atreven a hacer lo que más les gusta
(deseo no cumplido que trae consigo más frustración). De pronto se defienden en
que ya saben lo suficiente para ser “chingones” que ya no necesitan estudiar,
ya no buscan crecer o buscar plataformas de despegue como artistas… No soportan
la critica y son incapaces de superar los embates de la misma. No pocos, ni
tampoco tantos para espantarse, comienzan a unirse en grupos de “dolidos”, los
que cojean de la misma pata. Encuentran confort al aislarse del mundo real por
diversos medios, la televisión, el internet, los videojuegos, la creación
artística, y algunos en las drogas y el alcohol.
Estos
dos últimos vicios, que algunos quieren ver como enfermedades, cabe aclarar que
no lo son. En realidad son síntomas de un padecimiento más profundo llamado,
por algunas personas, depresión; aunque yo prefiero llamarle sufrimiento por
costumbre. Si alguien quiere poner la palabra adicción a algo está bien,
digamos, para no sentirnos tan alejados de nuestros términos cotidianos. Recodemos
que en nuestra cultura somos adictos al sufrimiento… Es por costumbre y
tradición de un pueblo conquistado y educado para agacharse.
(Tercera
regla no escrita: si no te pega, es que no te quiere).
Los
borregos “pabajeados”
(Cuarta
regla no escrita: si quieres ser artista y no puedes, es porque algo en tu
subconsciente te lo impide, o lo que es lo mismo, si ya se te echó la burra,
ponle chile en la cola).
La
gran mayoría tenemos una historia de sufrimiento. Estamos programados para ser
unos perdedores. ¿Por qué? Principalmente porque se nos enseñó a serlo, no con
palabras, lo vimos y lo vivimos en la casa, la escuela, el trabajo, en la tele
y hasta en el mercado; hemos sido entrenados para lamentarnos de nuestro pasado
y no para verlo como una enseñanza, por duro que haya sido.
Quien
haya estado alguna vez en una sala de espera de un consultorio médico, con
pacientes parlanchines alrededor, podrá darse cuenta de que el tema de
conversación único y recurrente es el clásico: “Yo he sufrido más que nadie”. Y
todos pasan a narrar en turnos sus calvarios con la gota, la presión, la
osteoporosis, la cirugía, el cólico, el bochorno, el vahído, la gastritis, el
dolor, el pie de atleta, la comezón y hasta los chincuales. Y si fuera
consultorio psicoanalítico o grupo de dolidos los temas serían sobre lo mal que
los trató el padre, la madre, el tío, la vieja, la abuela, el marido, la suegra
y el perro del vecino. Caramba, hasta parece que fueran carreras de caballos.
Los apostadores podrían hacer fortunas si hubiese competencias de quejumbrosos.
Sabemos
quejarnos de nuestra suerte, pero no sabemos que podemos cambiarla… Sólo que hay
quitarse primero un par de cosas de encima: el miedo y la pereza. ¿Y ahora que
por qué salgo con la pereza? Porque es otra cosa que hemos aprendido muy bien. Todo
lo queremos obtener con el menor esfuerzo.
Pero
no toda la pereza es por la pereza misma. Es un síntoma de frustración. A veces
hemos querido darle para delante a nuestros proyectos y han sido rechazados una
y otra vez y eso genera un desgaste mental. No sabemos tolerar la frustración.
Cosa importante para saber perder. Pero también es porque hemos sido
amaestrados para seguir el camino que ya
otros caminaron. Desconocemos que podemos llegar a la misma meta si hacemos
nuestro propio camino… (Pero eso también nos da miedo y es más cómodo ser borrego).
Pero supongamos que uno de estos ovinos se avienta al ruedo, ¿cómo un borrego
puede abrir camino? Primero reconociendo que fue enseñado a ser un borrego,
como el Lambert de Walt Disney, que en realidad era un león. Y después poniendo
manos a la obra para enderezar su verdadera identidad. Lo demás se puede dar
casi por sí sólo.
Pero
descubrir quién se es en verdad no se puede sólo… Aunque tu ego brinque en este
momento y digas que sí se puede y que eres bien chido (“nel”, cámara). Sólo lo
único que vamos a lograr será justificar nuestra forma conformista y miedosa de
tomar la vida… Si es que a eso le podemos llamar vida. Y seguirán siendo, luego
de un pequeño arrebato de demostración de poder, los mismos “pabajeados” de
siempre que dicen que no le tienen miedo a nada (ajá). (Quinta regla no
escrita: dime de qué presumes y te diré de qué padeces).
Es
un círculo vicioso eso de ser un “pabajeado” y un orgulloso. Y como todo
vicioso que aspira a una cura primero debe aceptar que tiene el vicio de
sufrir.
Los
creadores zombis
Los
aztecas se referían a la entidad más poderosa del cosmos como “El que se inventa
a sí mismo”.
Los
creadores nóveles crecen con el sueño guajiro de llegar a ser un personaje
famoso como los que ellos admiran. Tienen ese deseo, deseo que seguramente será
frustrado y vendrá el miedo y quedarán paralizados. Suele suceder cuando se
quiere seguir la pauta de otro y no “inventarse a si mismo”, como creadores, no
como personajes de historieta.
El
inventarse a sí mismo no se debe entender como el buscar adornos y colguijes de
árbol de navidad, sino el hacer las cosas que nos van a hacer evolucionar. El
cambio aquí no es el cambio de fachada ni de comportamiento es la evolución, y
el premio es la originalidad.
Quien
quiera ser dibujante, escritor, actor, bailarín, arquitecto, músico poeta o
loco debe sobrellevar el miedo de ir a donde tiene que ir para encontrar su
debida preparación, o proyección. (Sexta regla no escrita: El valiente es el
que hace las cosas pese al miedo).
Las
ciudades pequeñas o medianas ahogan a los creadores. Estar supeditado a los
programas culturales de las universidades o gobiernos es pedirle huevos de oro
a la gallina de huevos normales (hablando de blanquillos). Estas pequeñas,
grandes o medianas instituciones pueden servir como un pequeño peldaño donde
practicar, más nunca como plataforma de despegue. ¿Han visto los videos de
cohetes espaciales que salen dando rulos en el aire y luego truenan? Eso
ocurría porque eran ingenieros principiantes o aficionados o políticos con
ínfulas de astronautas. Bueno, pues igual los susodichos institutos de cultura.
Luego
están los concursos. Muchos dejan de participar después del primer intento
fallido. Perder un concurso no quiere decir que seas malo. Como jurado de
algunos puedo decir que hay tres primero lugares y como cincuenta injusticias.
Muchas veces los criterios varían por el gusto de los calificadores. Hay que
aprender a aguantar vara y no tomar aquello como una devaluación (como estamos
acostumbrados). Tomás Alba Edison hizo mil bombillas que reventaron antes de
inventar el foco eléctrico. Un reportero le dijo: “Por fin lo logro luego de mil
fracasos”, a lo que Edison respondió, “no fueron mil fracasos, fueron mil intentos”.
Eso es saber manejar la frustración. Algo que nuestros noveles creativos no
saben hacer. Pero a todo se aprende, cosa de querer, o cosa de ser terco.
La
instrucción básica se puede encontrar en estos poblados, pero el que quiera
cumplir sus sueños más guajiros debe ser un andariego, un buscador, un explorador.
Un tipo de ser que reconoce que los miedos (al mundo, a la vida, al fracaso, a
la crítica y a la descalificación) no son miedos propios, son de otros, que
como fantasmas nos recitan al oído “no se puede”, “es malo”, “es peligroso”,
“vas a demostrar que eres tonto”, “vas a perder”… Voces de otros instaladas en
nuestro cerebro. Voces que se pueden ir, que se pueden exorcizar, que se pueden
ignorar. ¿Como? Con los primeros tres pasos de muchos primero, creando;
segundo, mostrando lo creado y tercero, corrigiendo lo haya que corregir.
(Séptima
regla no escrita: El que no siente miedo es al que no le importa lo que hace).
Creadores
deprimidos. Andan por allí lamentándose de su suerte. Que no les pagan bien,
que no son tomados en cuenta, que nadie comprende su genio, que les da pena
mostrar lo que hacen. Muertos vivientes. Zombis urbanos. ¡Para que tanta
quejumbre? ¡Para qué tanta rebeldía? Si a final de cuentas se van a quedar
instalados en una chambita mediocre… ¿De por vida?
Y
como nada es para siempre, lo mejor es no esperar el momento, sin o fabricar
ese momento… ¡Que cuándo? Mira el reloj de tu vida, ¿No crees ya es hora?
Y
no espero los reflectores sobre mí luego de todo este sermón dominguero, tan sólo
algunas miradas… ¡Y cómo miran! De la vista, recuerden, nace todo nuestro
deseo.
¿Y
si se están preguntando que quién me creo que soy para decir todo esto? Pues de
todo sobre los creadores que he dicho yo soy, modestia a parte, el peor de
todos. Bueno, ni tanto…
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