News
Loading...

Creadores deprimidos / Víctor Antero Flores



O lo que es lo mismo, zombis urbanos

¿Por qué los jóvenes artistas con ganas de crecer y que demuestran gran creatividad se estancan y terminan en un trabajo rutinario y con un desempeño mediocre?
Vamos al meollo del asunto, es decir hasta atrás, como los camioneros, a inspeccionar la unidad desde la placa del tráiler.

El genio de los deseos.
Dicen que todos los trastornos emocionales de la humanidad se deben al deseo reprimido.
El amor por la vista nace, ¡y cómo nos gusta ver! Desde chiquillos la raíz de la envidia comienza a ramificarse cuando descubrimos que otro niño tiene un juguete más fascinante que el nuestro. Y entonces deseamos. (Primera regla no escrita: El juguete del otro niño siempre es más chido).
El desear es exclusivo del ser humano. Aunque el desear en extremo y no obtener lo que se quiere nos puede convertir en verdaderos animales, desde el mico berrinches hasta el abnegado y conformista buey. Y es que durante los últimos dos siglos el planeta Tierra ha rotado envuelto en papel de propaganda. La revolución industrial trajo consigo la necesidad de vender más, y por eso se perfecciono lo que llamamos publicidad. Empresarios y comerciantes descubrieron la debilidad más vieja del mundo (además de las chicas sensuales en los anuncios), descubrieron que el hombre y la mujer siempre desean. Entonces la publicidad, apoyada sobre premisas de psicología barata, desarrolló la más grande farsa con tintes de veracidad en la historia (además de los discursos políticos y religiosos), con el fin de lograr que las personas deseen un producto o un servicio.
Y así los comerciantes inventaron un increíble discurso que en su forma más rupestre sentencia: “Usted, sí, usted, pobre mortal, usted tiene derecho a lo mejor. ¿Que por qué?, porque usted se lo merece, porque luego de tanto sufrimiento la vida misma se lo debe, porque usted es mejor que los demás, porque usted tiene qué demostrarlo. Por eso le ofrecemos este mega-producto digno de su persona. Usted necesita nuestro producto. Usted no puede vivir sin nuestro producto.”
Y son tan buenos estos genios de los deseos que no hay quien no desee algo: un coche, una casa, un traje, un pantalón, un lo que sea. Nos han enseñado a necesitar, inclusive, cosas que no necesitamos. Lo práctico ha quedado atrás. Ahora es lo bonito, lo sensual, lo de moda. Ya no basta con tener un coche como herramienta de traslado, sino además debe tener carrocería deportiva, asientos de piel, llantas súper adheribles y demás artículos para “apañar” a los demás. Un ejemplo más a la mano, el teléfono celular; más claro todavía, el teléfono celular en los jóvenes. Por siglos nadie traía celular, los jóvenes de los 80 no lo trajimos ¿y qué nos pasó? Pasó que había reglas y las acatábamos. Regresábamos a casa a la hora dicha, avisamos con quién en dónde estábamos. Ahora…  Las cosas que nos venden son para satisfacer el ego. En esta sociedad consumista vale más cómo luce una persona por lo que lleva encima que por lo que lleva dentro de la cabeza. (Segunda ley no escrita: como te ven te tratan).
Y entonces los consumidores entran en una competencia que invita a la ley de selección natural a ser juez y parte para que dictamine y escoja a los mejores y más reproducibles especímenes. Y por lo tanto tenemos que el manipuleo comercial de la voluntad personal entre vendedores y compradores es equiparable a un juego de ajedrez entre un hombre dormido y otro despierto.
La televisión es el genio de los deseos más socorrido. Sin desestimar a las revistas, periódicos e internet. Nos muestra un abanico de cosas para desear. Nos enseña a tener deseos atropelladamente. Muchos de estos difíciles o imposibles de alcanzar para el grueso de las personas. Como el querer ser igual que un cantante, actor o artista de la tele. Y ese deseo queda entre la gente superficial; y tambiuén entre los sesudos (porque caer en esto no es cosa de IQ sino de qué tan bien te sientes contigo mismo), se trata de querer ser un tanto más complicados, como creadores de mucho éxito, dígase cineasta, dibujante, escritor, científico o compositor. Y por otro lado está el segmento mega-soñador, diríamos american drimers of ranch. Adolescentes entre 14 y 30 años (o más, quien sabe) que quieren ser corredores de auto callejeros (porque así lo vieron en una película) o personajes de historieta o caricatura japonesa. Y en sus intentos por querer ser así nos topamos con especímenes bastante desatornillados en las avenidas y en exposiciones. Individuos que se visten y actúan como los personajes que ven en la televisión, sus ideales utópicos. La mayoría son hijos de familia que en su claustro no han aprendido a vivir por cuenta propia. Están absolutamente creídos de que aquel mundo que sueñan es un universo admirable y que serán el foco de atención de la humanidad. (Un mundo muy pequeño por cierto). Esto es un ejemplo de cómo a través de los medios de comunicación se puede perder la noción de la realidad. (Imaginar que se vive en un mundo en donde se es más feliz y admirado, hasta el punto de querer traerlo al plano físico, es el resultado de la desatención familiar y el claustro en que viven los jóvenes. Es decir están alelados). Ver la vida a través de una pantallita, no es vida.
¿Y quiénes son los más vulnerables? Los niños. Allí comienzan la mayoría de los problemas de los adultos. La juventudes hitlerianas existieron porque notaron que los más susceptibles para ser dogmatizados son los jóvenes, y de allí surgieron las temibles suchtzstaffel o SS, fanáticos que cuidaban del führer.
Estos genios de los deseos nos dan a desear más de tres, pero por regla general, no cumplen ninguno.

El miedo y los burros.
Lo que hayas vivido entre los 0 y los 5 años de edad determinará tu conducta por el resto de tu vida… O por lo menos eso dicen los estudiosos del proceder humano.
¿Cuál es la palabra que más escucha un niño pequeño? Efectivamente, la palabra “no”. Y por supuesto es para impedirle realizar un deseo. Bueno, tomar la pecera y estrellarla en el piso para ver cómo se sacuden los bichitos dorados también es un deseo, y por supuesto que también será un deseo frustrado cuando lo detengan. Esto es para explicar la influencia de los padres en el comportamiento futuro de los chavos.
Otra. ¿Cuál es la manera cotidiana (más no normal) de detener a un niño cuando quiere hacer algo en contra de la voluntad de sus padres? Pues detenerlo con miedo. “Si entras allí te sale la mano pachona”, “si sigues llorando te va a llevar el viejo del morral”, “sino le paras le voy a decir a ese señor que te pegue”, “si te portas mal le digo al doctor que te ponga una inyección”.
Eso tampoco es normal. Nadie nos enseña a ser padres, pero también hay padres que quieren controlar al niño con el menor esfuerzo, sin apelar un gramo a la inteligencia. No quiero decir que la mayoría de los padres son poco inteligentes… aunque Forrest Gump demostró ser buen padre. Bueno, eso es ficción. La verdad es que los padres que controlan a través del miedo sólo repiten lo que a ellos les fue inculcado. Lo que no saben es que les han puesto a sus niños un muro enfrente, un muro que no termina con la infancia, ni con la adultez y puede seguir si no es derribado a tiempo, cosa que pocas veces sucede. (Ahora, imaginen como funcionarán los individuos cuyos padres los amansan a trancazos e insultos.)
Los miedos frenan, los miedos detienen. ¿Por qué un joven creativo no se lanza a la aventura y muestra lo que hace? Por miedo. Digan lo que digan, pretexto o conjetura siempre será por miedo.  Miedo a ser descalificado, porque a parte del miedo vivimos en una cultura en la que devaluar, humillar o apañar es visto como normal en muchos hogares. El miedo que cargamos todos, no es nuestro, es heredado. Son los miedos de nuestros padres y de todas las personas que influyeron en nuestra infancia.
El miedo no anda en burro, anda en los jóvenes con potencial que terminan como burros al ser reprobados en su propia casa.
Miedo más devaluación es igual a parálisis. Por eso muchos chavos inteligentes comienzan a reprobar materias en la escuela, a aislarse, a desconfiar de los adultos, de otros jóvenes, a refugiarse en modelos esnobistas de las corrientes subterráneas del arte o tribus urbanas, a meterse en una concha donde nadie los pueda lastimar. Esa concha muy efectiva. Allí están muy a gusto, no se arriesgan a nada, pero la incomunicación termina por hacer sus estragos. Se vuelven incapaces de relacionarse efectivamente con otras personas. Sobre todo con los mayores o con quienes representen algún nivel de autoridad.  No se atreven a hacer lo que más les gusta (deseo no cumplido que trae consigo más frustración). De pronto se defienden en que ya saben lo suficiente para ser “chingones” que ya no necesitan estudiar, ya no buscan crecer o buscar plataformas de despegue como artistas… No soportan la critica y son incapaces de superar los embates de la misma. No pocos, ni tampoco tantos para espantarse, comienzan a unirse en grupos de “dolidos”, los que cojean de la misma pata. Encuentran confort al aislarse del mundo real por diversos medios, la televisión, el internet, los videojuegos, la creación artística, y algunos en las drogas y el alcohol.
Estos dos últimos vicios, que algunos quieren ver como enfermedades, cabe aclarar que no lo son. En realidad son síntomas de un padecimiento más profundo llamado, por algunas personas, depresión; aunque yo prefiero llamarle sufrimiento por costumbre. Si alguien quiere poner la palabra adicción a algo está bien, digamos, para no sentirnos tan alejados de nuestros términos cotidianos. Recodemos que en nuestra cultura somos adictos al sufrimiento… Es por costumbre y tradición de un pueblo conquistado y educado para agacharse.
(Tercera regla no escrita: si no te pega, es que no te quiere).

Los borregos “pabajeados”
(Cuarta regla no escrita: si quieres ser artista y no puedes, es porque algo en tu subconsciente te lo impide, o lo que es lo mismo, si ya se te echó la burra, ponle chile en la cola).
La gran mayoría tenemos una historia de sufrimiento. Estamos programados para ser unos perdedores. ¿Por qué? Principalmente porque se nos enseñó a serlo, no con palabras, lo vimos y lo vivimos en la casa, la escuela, el trabajo, en la tele y hasta en el mercado; hemos sido entrenados para lamentarnos de nuestro pasado y no para verlo como una enseñanza, por duro que haya sido.
Quien haya estado alguna vez en una sala de espera de un consultorio médico, con pacientes parlanchines alrededor, podrá darse cuenta de que el tema de conversación único y recurrente es el clásico: “Yo he sufrido más que nadie”. Y todos pasan a narrar en turnos sus calvarios con la gota, la presión, la osteoporosis, la cirugía, el cólico, el bochorno, el vahído, la gastritis, el dolor, el pie de atleta, la comezón y hasta los chincuales. Y si fuera consultorio psicoanalítico o grupo de dolidos los temas serían sobre lo mal que los trató el padre, la madre, el tío, la vieja, la abuela, el marido, la suegra y el perro del vecino. Caramba, hasta parece que fueran carreras de caballos. Los apostadores podrían hacer fortunas si hubiese competencias de quejumbrosos.
Sabemos quejarnos de nuestra suerte, pero no sabemos que podemos cambiarla… Sólo que hay quitarse primero un par de cosas de encima: el miedo y la pereza. ¿Y ahora que por qué salgo con la pereza? Porque es otra cosa que hemos aprendido muy bien. Todo lo queremos obtener con el menor esfuerzo.
Pero no toda la pereza es por la pereza misma. Es un síntoma de frustración. A veces hemos querido darle para delante a nuestros proyectos y han sido rechazados una y otra vez y eso genera un desgaste mental. No sabemos tolerar la frustración. Cosa importante para saber perder. Pero también es porque hemos sido amaestrados para  seguir el camino que ya otros caminaron. Desconocemos que podemos llegar a la misma meta si hacemos nuestro propio camino… (Pero eso también nos da miedo y es más cómodo ser borrego). Pero supongamos que uno de estos ovinos se avienta al ruedo, ¿cómo un borrego puede abrir camino? Primero reconociendo que fue enseñado a ser un borrego, como el Lambert de Walt Disney, que en realidad era un león. Y después poniendo manos a la obra para enderezar su verdadera identidad. Lo demás se puede dar casi por sí sólo.
Pero descubrir quién se es en verdad no se puede sólo… Aunque tu ego brinque en este momento y digas que sí se puede y que eres bien chido (“nel”, cámara). Sólo lo único que vamos a lograr será justificar nuestra forma conformista y miedosa de tomar la vida… Si es que a eso le podemos llamar vida. Y seguirán siendo, luego de un pequeño arrebato de demostración de poder, los mismos “pabajeados” de siempre que dicen que no le tienen miedo a nada (ajá). (Quinta regla no escrita: dime de qué presumes y te diré de qué padeces).
Es un círculo vicioso eso de ser un “pabajeado” y un orgulloso. Y como todo vicioso que aspira a una cura primero debe aceptar que tiene el vicio de sufrir.

Los creadores zombis
Los aztecas se referían a la entidad más poderosa del cosmos como “El que se inventa a sí mismo”.
Los creadores nóveles crecen con el sueño guajiro de llegar a ser un personaje famoso como los que ellos admiran. Tienen ese deseo, deseo que seguramente será frustrado y vendrá el miedo y quedarán paralizados. Suele suceder cuando se quiere seguir la pauta de otro y no “inventarse a si mismo”, como creadores, no como personajes de historieta.
El inventarse a sí mismo no se debe entender como el buscar adornos y colguijes de árbol de navidad, sino el hacer las cosas que nos van a hacer evolucionar. El cambio aquí no es el cambio de fachada ni de comportamiento es la evolución, y el premio es la originalidad.
Quien quiera ser dibujante, escritor, actor, bailarín, arquitecto, músico poeta o loco debe sobrellevar el miedo de ir a donde tiene que ir para encontrar su debida preparación, o proyección. (Sexta regla no escrita: El valiente es el que hace las cosas pese al miedo).
Las ciudades pequeñas o medianas ahogan a los creadores. Estar supeditado a los programas culturales de las universidades o gobiernos es pedirle huevos de oro a la gallina de huevos normales (hablando de blanquillos). Estas pequeñas, grandes o medianas instituciones pueden servir como un pequeño peldaño donde practicar, más nunca como plataforma de despegue. ¿Han visto los videos de cohetes espaciales que salen dando rulos en el aire y luego truenan? Eso ocurría porque eran ingenieros principiantes o aficionados o políticos con ínfulas de astronautas. Bueno, pues igual los susodichos institutos de cultura.
Luego están los concursos. Muchos dejan de participar después del primer intento fallido. Perder un concurso no quiere decir que seas malo. Como jurado de algunos puedo decir que hay tres primero lugares y como cincuenta injusticias. Muchas veces los criterios varían por el gusto de los calificadores. Hay que aprender a aguantar vara y no tomar aquello como una devaluación (como estamos acostumbrados). Tomás Alba Edison hizo mil bombillas que reventaron antes de inventar el foco eléctrico. Un reportero le dijo: “Por fin lo logro luego de mil fracasos”, a lo que Edison respondió, “no fueron mil fracasos, fueron mil intentos”. Eso es saber manejar la frustración. Algo que nuestros noveles creativos no saben hacer. Pero a todo se aprende, cosa de querer, o cosa de ser terco.
La instrucción básica se puede encontrar en estos poblados, pero el que quiera cumplir sus sueños más guajiros debe ser un andariego, un buscador, un explorador. Un tipo de ser que reconoce que los miedos (al mundo, a la vida, al fracaso, a la crítica y a la descalificación) no son miedos propios, son de otros, que como fantasmas nos recitan al oído “no se puede”, “es malo”, “es peligroso”, “vas a demostrar que eres tonto”, “vas a perder”… Voces de otros instaladas en nuestro cerebro. Voces que se pueden ir, que se pueden exorcizar, que se pueden ignorar. ¿Como? Con los primeros tres pasos de muchos primero, creando; segundo, mostrando lo creado y tercero, corrigiendo lo haya que corregir.
(Séptima regla no escrita: El que no siente miedo es al que no le importa lo que hace).
Creadores deprimidos. Andan por allí lamentándose de su suerte. Que no les pagan bien, que no son tomados en cuenta, que nadie comprende su genio, que les da pena mostrar lo que hacen. Muertos vivientes. Zombis urbanos. ¡Para que tanta quejumbre? ¡Para qué tanta rebeldía? Si a final de cuentas se van a quedar instalados en una chambita mediocre… ¿De por vida?
Y como nada es para siempre, lo mejor es no esperar el momento, sin o fabricar ese momento… ¡Que cuándo? Mira el reloj de tu vida, ¿No crees ya es hora?
Y no espero los reflectores sobre mí luego de todo este sermón dominguero, tan sólo algunas miradas… ¡Y cómo miran! De la vista, recuerden, nace todo nuestro deseo.

¿Y si se están preguntando que quién me creo que soy para decir todo esto? Pues de todo sobre los creadores que he dicho yo soy, modestia a parte, el peor de todos. Bueno, ni tanto…
Share on Google Plus
    Blogger Comment
    Facebook Comment

0 comentarios :

Publicar un comentario