Sin duda alguna el endeudamiento gubernamental jamás es
bien visto por ninguna sociedad, mucho menos es saludable y suele ser en muchas
ocasiones más pernicioso que benéfico. Sobre todo en países como el nuestro en
que dicho fenómeno suele estar relacionado directamente con la corrupción.
Casos emblemáticos como el de López Portillo quien a pesar de la bonanza
petrolera termino triplicando la deuda de nuestro país durante su gobierno,
hasta el a todas luces escandaloso caso de la deuda coahuilense que no deja de
lastimar a la sociedad de dicha entidad al desconocerse hasta el momento el
destino de más de la mitad de dichos recursos contraídos en préstamos de forma
ilegal. Pues bien, resulta que según datos de la compañía financiera Bloomberg, la deuda pública en nuestro
país se ha incrementado de 38 a 46% con respecto a nuestro PIB en el periodo de
2013 a 2015, es decir, ni siquiera los dos últimos gobiernos panistas de
Vicente Fox y Felipe Calderón incrementaron juntos en 12 años el endeudamiento
como los niveles a los que se ha incrementado en el actual gobierno de Enrique
Peña Nieto en tan solo dos años.
Además de este exponencial incremento, el cual parece
injustificado a simple vista, pues no se ve ni el crecimiento ni el desarrollo
por ningún lado, la actual caída de los precios del petróleo y la apreciación
del dólar han vuelto mucho más costosa la amortización parcial de dicho
endeudamiento, pues el mismo se paga en dólares. Cabe mencionar que nuestro actual
endeudamiento asciende a la cantidad de 6 billones 230 mil 564.4 millones de
pesos, cifra que, según el Fondo Monetario Internacional, es cercana a la de
1996, año de la crisis producto del llamado “efecto tequila”.
Aquí, sin embargo, más que hablar de números, es necesario
saber si dicho endeudamiento ha mejorado los niveles de vida de los mexicanos,
pues se supone que todo crédito contratado por cualquier gobierno lleva la
intención de potenciar el crecimiento y el desarrollo a través de planes y
acciones que deben estar sustentadas de manera tal que se justifique la
necesidad de la contratación del crédito, acompañado dicho ejercicio de gasto
de una buena dosis de transparencia que permita vigilar el adecuado uso de
dichos recursos. El problema, empero, es
que dicho beneficio no asoma por ningún lado, aunque ciertamente uno puede
imaginar con qué recursos se pagan programas vacuos y estériles como el de
subsidiar televisiones o pantallas, viajes onerosos al exterior de autoridades
y funcionarios o gastos en recibir a personajes religiosos que ciertamente en
nada abonan al desarrollo de esta vapuleada nación.
El de Peña Nieto ciertamente ha sido un gobierno
mediocre, que ha errado en mucho y gastado en exceso, a niveles que simplemente
superan dos sexenios consecutivos. Se supone que a partir de este año, el
presupuesto del gobierno federal seria base cero, con lo cual se eliminarían
gastos innecesarios, lo cual hasta el momento no se ha visto, y en lo que único
que se han hecho recortes, es en el CONACYT, la SEP, y en el presupuesto para
los pueblos indígenas, recortes en áreas que simplemente no tienen razón de
ser.
Exiguo crecimiento, tijerazos presupuestales erróneos y
endeudamiento exponencial, son los resultados que hasta el momento reflejan la
incapacidad de un gobierno que sigue sin encontrar la salida del atolladero y
que en su pernicioso proceder, condena al endeudamiento a generaciones que aun
ni siquiera existen.
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